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Alfredo Landa, el menos 'landista' de los españoles: rechazó una cama redonda y a una sueca de verdad

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Alfredo Landa y Esperanza Roy, en un fotograma de 'Los novios de mi mujer' (1972).

"Ingrid Thulin tuvo conmigo un flechazo del copón. Yo pensaba: 'Anda que he perseguido suecas en las películas y aquí es justo al revés, qué curioso"

"El 'landismo' fue toda una escuela sexual en España"

El landismo, como bien se sabe, consistía en la apresurada entrada del macho ibérico en la modernidad europea, con su luz y su lubricidad, que normalmente había que ir a buscar a los cines de Perpiñán, tras muchos largos años de noche franquista. Lo hacía, además, a través del recurso esperpéntico de que el susodicho hombre español, tirando a ser poca cosa, se viera deformado en un espejo cóncavo. Básicamente, el landismo estaba formado por señores rechonchos vestidos con camiseta imperio y calzoncillos Abanderado que fantaseaban con la vecina del quinto o con una sueca de tour veraniego por Torremolinos.

Luego vino el destape, y cambiamos a Alfredo Landa por Andrés Pajares -o sea, la ingenuidad del rústico por la torpeza del urbanita que había dejado de ser virgen por casualidad-, y todos salimos ganando: el diccionario se llevó un nuevo vocablo de gran utilidad para las cosas picantes, y el cine español pudo darle a Landa, ya liberado de hacer el canelo, oportunidades mucho más serias, y se consolidó como un actor de la cabeza a los pies, al que le quedaba pequeño el papel de gañán en celo.

Alfredo Landa representó, de todos modos, algo importante en la sociedad de la época: la necesidad de quitarse el pelo de la dehesa y empezar a pensar en la anatomía femenina en términos adultos. También era una manifestación lógica y pertinente de esa fantasía según la cual el hombre poco agraciado puede conquistar a mujeres fuera de su alcance si le echa moral, ganas e ingenio, y vale la pena subrayar la idea de que todo era una fantasía, porque si hubo alguien poco landista en la vida, ese fue Alfredo Landa.

Alfredo Landa y Mirta Miller en una escena de 'Jenaro, el de los 14' (1973).

En una entrevista con Francisco Umbral recogida en su libro Mis queridos monstruos (1985), ante la pregunta -afilada como una faca albaceteña- "¿Tú acostumbras a salir en calzoncillos a perseguir señoritas?", Landa respondía: "Yo soy monógamo". Ni siquiera flaqueaba en su firme convicción cuando Umbral le exigía con mala sombra que le explicara "esa aberración". Esa era la época en la que Umbral -según sus confesiones creíbles sólo en parte- se jactaba de aceptar invitaciones a orgías y de folgar al margen del matrimonio en las habitaciones del Palace, cuyas cortinas utilizaba como toalla para secarse el sexo tras haber consumado. Pero Landa no compartía el libertinaje, a pesar del landismo.

Sólo hubo una mujer en su vida, Maite Imaz Aramendi, a quien conoció de joven en San Sebastián cuando los dos se apuntaron al TEU (Teatro Español Universitario, una red de compañías aficionadas fundada en los años 40), y se hicieron novios. Se querían, se quisieron, tuvieron tres hijos -Ainhoa, Alfredo e Idoia-, y como ocurría con los matrimonios de antes que se tomaban los votos en serio, sólo la muerte les separó: Maite enviudó el 9 de mayo de 2013 y vivió tres años más. Su fallecimiento, a los 82 años, del que no se hizo eco la prensa, se anunció muy discretamente a través de una esquela en El Diario Vasco el 25 de abril de 2016.

Fue tal la rectitud de don Alfredo en cuestiones amatorias -al fin y al cabo, se declaraba un hombre de derechas, y predicó toda su vida con el ejemplo-, que en sus jugosas memorias publicadas en 2008 por Aguilar, y escritas por Marcos Ordóñez (Alfredo el grande. Vida de un cómico), no puede encontrarse ni una sola flaqueza ni una esporádica confesión de una cana al aire. No porque Landa se autocensurara -las memorias, de hecho, son un hiriente ajuste de cuentas con todos los vivos y los muertos de su profesión; al actor Jean Sorel lo despacha despectivamente diciendo que "era más soso que la mierda de pavo"-, sino porque no había nada que decir. Si la tentación es como el viento, Landa era como el bambú, que se mece mientras éste sopla, sin romperse nunca.

Maite Imaz, su esposa, fue la única mujer en la vida de Alfredo Landa.

Lo más comentado de aquel libro, ahora ya descatalogado, era un episodio que tenía como protagonista al productor cinematográfico Alfredo Matas, al que "le gustaba organizar partouzes, camas redondas, vaya, con él de miranda. De voyeur, que dicen los franceses". Prosigue Landa: "Una noche se montó en el hotel una historia con Maurice Ronet y Amparo Soler Leal [...]. Quisieron meterme en el sarao a base de insinuaciones, medias palabras... que por qué no vienes esta noche... que tú ya sabes... que hay que probar cosas nuevas... [...] De golpe lo vi claro y me hice el tonto. No me apetecía aquello lo más mínimo. Debieron pensar [...] que era muy poco moderno, y en eso tenían razón, qué le vamos a hacer. Así era yo, por lo visto: monógamo de toda la vida".

Y no por falta de oportunidades. Unas líneas antes de este episodio, Landa cuenta cómo Ingrid Thulin -una de las actrices habituales de Ingmar Bergman- se encaprichó de él durante el rodaje de El diablo bajo la almohada. "Tuvo conmigo un flechazo del copón. [...]. No hubo nada, nada de nada. Más platónico imposible. Yo estaba con Maite y ella vino con su marido, pero [...] me ponía ojitos y me aplaudía. [...] Yo pensaba: 'Anda que he perseguido suecas en las películas y aquí es justo al revés, qué curioso. Y esta sí que es sueca de verdad".

Landa tenía ese carácter norteño y algo tosco que le llevaba a ser respetado en la profesión a costa de pagar el peaje de algún que otro desencuentro, como el que tuvo con Gracita Morales ("era caprichosa, despótica, intratable; dejaron de llamarla porque no cumplía y, francamente, porque no la aguantaba nadie"). Los papeles de su vida los hizo interpretando a Paco, el Bajo en Los santos inocentes (1984) y en las dos partes de El crack (1981 y 1983) a las órdenes de José Luis Garci dando vida al detective Germán Areta, pero ni siquiera acabó bien con Garci, tal como relataba -por primera vez, y sin miedo al juicio de la historia- en el final de sus memorias.

Con Lina Morgan y Haydée Balza en 'Fin de semana al desnudo' (1974).

Landa sitúa el desencuentro durante el rodaje de Luz de domingo (2007), ya en el ocaso de su carrera: no se hablaban, no se comprendían, incluso acusó a Garci de haberle robado un plano en una escena culminante, y rechazó que le entregara el Goya de honor que se le concedió en 2008 ("Antes loco", aseguró en rueda de prensa). Existía la idea de hacer una tercera parte de El crack, pero la distancia y la posterior muerte de Alfredo Landa frustraron la oportunidad, si es que alguna vez pudo darse.

Cuenta José Luis Garci que El crack cero (2019), precuela de aquellas dos cumbres del cine noir español, se ha podido hacer gracias a los ánimos y el beneplácito que le dio Maite Imaz, la viuda de Alfredo Landa, también antes de morir. Ella cerró la herida abierta, y en cierto modo también, de manera magnífica, la carrera de su marido, tras más de 50 años dedicándose a la profesión de actor como un obrero responsable y exigente.

La sucesión de constantes papeles le dio a Landa para vivir holgadamente -en un dúplex de ocho habitaciones y tres cuartos de baño en la calle Comandante Franco de Madrid, que actualmente disfruta su hija Ainhoa- y para amasar un capital decente a través de Mueca Films, la S.L. que gestionaba sus ingresos y que le aseguraba evitarse problemas durante el supuesto periodo de jubilación, que al final fue un retiro forzoso tras sufrir un ictus en 2009 y desarrollar Alzheimer.

Ninguno de sus tres hijos ha seguido sus pasos. Lo que asegura algo bueno en el fondo: que Alfredo Landa sólo habrá uno, genio y figura sin igual. El paso del tiempo ya no puede empañar el buen recuerdo que dejó.